Hay dos indicadores básicos que pueden ayudarnos a identificar el momento de pedir ayuda profesional.
Uno de ellos es reconocer en uno mismo un estado emocional de ansiedad, angustia, miedo o apatía que se mantiene en el tiempo, y que a pesar de haber usado todas nuestras estrategias y recursos para recuperarnos, no lo conseguimos. Es el momento en que necesitamos una mirada nueva que nos ayude a incorporar nuevos recursos.
Otro es sentir que sostenemos una situación estresante, repetitiva, o preocupante durante mucho tiempo, confiando en que cambiaría, por si sola o por acción de otras personas, pero esto no sucede y nos sentimos cada vez con menos energía y vitalidad u optimismo.
El estrés crónico es una gran tierra de cultivo donde se desarrollan todas las enfermedades y síntomas. Es importante evitarlo, o minimizarlo, para vivir con salud.
En el ámbito de nuestra mente y las emociones humanas no hay recetas predefinidas que podamos utilizar siempre, porque ni tan siquiera funcionan las mismas herramientas, para nosotros mismos a lo largo de nuestra vida.
Dejarse acompañar en el apasionante y difícil proceso de crecer y conocerse a uno mismo implica un acto de valentía y generosidad con uno mismo que nos engrandece.
Nacemos en una relación, vivimos en relaciones, nos puede dañar una relación y nos puede sanar una relación. Todo en nuestra vida sucede en una relación.
El vínculo saludable que construimos en la relación terapéutica es un recurso de aprendizaje que nos acompañará a lo largo de toda nuestra vida.